Pier Giorgio Frassati, el joven beato
Murió a los 24 años, el 4 de julio de 1925, fulminado en cinco días por una tremenda poliomielitis. Apasionado de la montaña, Pier Giorgio hizo su última ascensión un mes antes de su muerte, anotando en la foto de su empresa: «Hacia la cima». Casi como si fuera un presentimiento de su inminente final o quizá, más sencillamente, la adhesión a la invitación de Jesús: «¡Duc in altum! (Lc 5,4). Hijo de una familia burguesa más que acomodada -su padre Alfredo fundó el célebre periódico turinés La Stampa y fue senador del Reino de Italia y embajador en Alemania-, Pier Giorgio tenía todo lo que un joven de su época, y no sólo, podía desear: estatus social, opulencia económica, belleza, el vigor físico que le permitía practicar otros deportes además del alpinismo, como la equitación, la natación y la esgrima, y un carácter alegre y emprendedor lleno de vida.
En definitiva, Pier Giorgio nos enseña que para agradarle a Dios no es necesario tener muchos años ni pasar quién sabe qué sacrificios o privaciones. San Juan Pablo II, que amaba a este joven exuberante desde los tiempos de su ministerio polaco, lo proclamó beato el 20 de mayo de 1990 y quiso que fuera propuesto a los jóvenes como ejemplo de pleno testimonio cristiano. Lo llamaba «el muchacho de las Bienaventuranzas», aludiendo al lado más íntimo y menos llamativo de Pier Giorgio, a esas cualidades de espíritu y de acción que lo hacían bienaventurado. En efecto, junto al joven dedicado a las empresas de alpinismo, había un joven que en silencio y a escondidas se hacía cercano a los enfermos, a los más pobres y necesitados, a los que encontraba por la calle y a los que iba a visitar, tratando de llevarles consuelo, incluso donando el poco dinero que sus padres le legaban. La pobreza es sucia, arrugada, maloliente, y a quienes le preguntaban por qué él, tan acomodado y bien vestido, frecuentaba ciertos lugares, respondía simplemente: «Jesús me visita todas las mañanas en la comunión y yo se lo devuelvo de la manera más pobre que puedo». Terciario dominico, comprometido con todo su ser en la Conferencia de San Vicente de Paúl, la Acción Católica y otras asociaciones, Pier Giorgio «caminaba con Cristo» en cada momento del día, movido por una fe constante, apasionada, vital, enérgica. «Vivir, no sobrevivir» era su lema, y con la fuerza de su entusiasmo arrastraba consigo a otros jóvenes en iniciativas que tenían como centro la amistad y la oración. Católico de todo menos conformista y sumiso ante el fascismo rampante, escribió: «Mussolini hace porquerías e intenta tapar sus fechorías poniendo el crucifijo en las escuelas». El socialista Filippo Turati escribió de él: «En medio del odio, del orgullo y del espíritu de dominación y de rapiña, este ‘cristiano’ que cree, y trabaja como cree, y habla como siente, y actúa como habla, este ‘intransigente’ de su religión, es también un modelo que puede enseñarle algo a todos».
En su funeral, que recordó a algunos de los presentes el de San Juan Bosco, junto a numerosos notables, había innumerables desconocidos, en su mayoría pobres a los que había ayudado. Hasta el punto de que el padre, ante tanto testimonio de personas desconocidas para la familia, exclamó sorprendido y afligido: «¡No conozco a mi hijo!».
Los restos de Pier Giorgio descansan en la catedral de Turín, en una capilla dedicada a él. Pero su camino hacia arriba continúa: la Iglesia, de hecho, ha anunciado que en el año jubilar 2025 Pier Giorgio Frassati ¡será proclamado santo!