Leonardo Murialdo: Una Visión que Trasciende

Leonardo Murialdo (1828-1900), canonizado por el Papa Pablo VI en 1970, podría haber emprendido una brillante carrera pública gracias al estatus privilegiado de su familia. Sin embargo, eligió un camino diferente. Su juventud transcurrió durante un período marcado por tensiones que barrían Europa después del Congreso de Viena, atrapado entre aspiraciones de libertad y duras políticas represivas. En su testamento espiritual, Leonardo habla abiertamente de un período de turbulencia durante el cual cayó en el «abismo del pecado». Superando su crisis juvenil por la gracia de Dios, se dedicó a estudiar filosofía y teología en Turín y se convirtió en sacerdote en 1851.

Desde el principio, su enfoque y esfuerzos, apoyados por el gran San Juan Bosco, se dirigieron hacia los prisioneros, los jóvenes trabajadores y en general los jóvenes en dificultades, manifestando así la vocación ‘social’ de su apostolado. Leonardo era intransigente. La industrialización naciente en el Turín del siglo XIX creaba malestar y marcados contrastes sociales, y creía que el mensaje del Evangelio no podía reducirse a fórmulas consoladoras; debía inspirar directrices y soluciones. Leonardo no dudó en endeudarse, deudas que lo persiguieron hasta el final de su vida, para iniciar proyectos que iban desde la fundación de un colegio llamado «degli Artigianelli» para albergar a niños huérfanos para trabajar, hasta la apertura de instituciones para ex prisioneros, colonias agrícolas y viviendas para jóvenes sin hogar. Devoto de San José, también fundó la Congregación de los «Giuseppini», que todavía está activa hoy en día en Italia y en el extranjero.

Su acción era incansable, al igual que su inquebrantable confianza en la Providencia. Pero eso no era suficiente. Leonardo, al igual que Don Bosco, entendió que la redención de los marginados también implicaba abogar por sus derechos en el lugar de trabajo. Estaba bien informado sobre la condición de los trabajadores en Europa y los experimentos al respecto en Francia, Inglaterra, Alemania, Suiza, etc. Participó activamente en las primeras iniciativas de las Uniones Obreras Católicas, abogando por la reducción de las horas de trabajo y condiciones de empleo menos onerosas para los jóvenes.

Leonardo no era de los que se acomodaban, como mencionamos, y ni siquiera dudó en provocar a sus compañeros sacerdotes para que se interesaran en la condición obrera: «Las asociaciones obreras y populares cristianas aún son desconocidas y subestimadas por los sacerdotes, que no se dan cuenta de que hoy son el único medio indispensable para prevenir la ruina total de la fe en el corazón del pueblo. Absortos en sus estudios, sumidos en el silencio del santuario, casi separados del mundo, nuestros sacerdotes continúan las antiguas tradiciones de piedad, santidad y conocimiento; nuestros seminarios continúan en su paz inalterable formando virtuosos ministros del altar y, cuando necesario, valientes mártires. Pero el apostolado obrero, tan católico y tan social, les es ajeno».

De igual manera, mirando más allá de su siglo, alentó a los católicos que tenían la capacidad de utilizar personalmente los medios de comunicación: «El católico que posee las cualidades necesarias para emplear útilmente la pluma no debe permanecer inactivo, no debe enterrar sus talentos. Sí, el buen periodismo es un apostolado y, junto al sacerdocio, es hoy el más noble y sublime.»