Invisible, no ausente…

Le he dado la espalda, como Cleofás y su amigo. A veces, yo también le he dado la espalda a Dios, a lo que sucedió en Jerusalén: al don de la Vida que vence a la muerte, a la posibilidad de nuevos comienzos cuando todo parece haber terminado. Pensamientos negros, turbándome, obstruían mi corazón. Me parezco a las dos manchas oscuras de este cuadro. He caminado por los altibajos de la vida igual que ellos, curvo y triste. Me he convertido en lamento.

Sin embargo, Tú estás ahí y me acompañas en los caminos de mis lejanías. Eres invisible, no ausente. Te vislumbro, Te presiento en el fondo de mis alejamientos. Tú buscas el diálogo. “¿Qué comentaban por el camino?” (Lc 24,17), me preguntas. Y me escuchas, me dedicas tiempo. Te importa mi historia, mi versión de los hechos, incluso mi versión de los que no entiendo. Me cuentas la tuya, “Jesús les dijo” (Lc 24,25). Te escucho. Tu Palabra me ayuda a releer mi vida. La Ley y los Profetas son el mapa que me ayuda a descifrar el misterio que soy, el Misterio que Tú eres en mí. “Él entró y se quedó con ellos” (Lc 24,29). Eres Presencia sólida. Me ofreces tu hombro. Mi mano derecha te encuentra. Eres fiable. Me apoyo en Ti. Confío y camino contigo. En verdad eres Tú quien camina a mi lado. Ahora el corazón Te ve, aunque Tú desaparezcas de mi vista (Lc 24,31).

Apoyado en Ti también me vuelvo fiable. Y entonces yo también puedo ofrecer mi hombro, como hace el discípulo del centro. Puedo hacerme presente. Otros se apoyarán en mí apoyándose en Ti. Y me doy cuenta de las muchas veces en que no fui yo el primero en fijarme en Ti. Vivo apoyado en la fe de los demás. En la fe de hombres y mujeres que te reconocen cerca en el vaivén de la vida y se abandonan en Ti. Soy, al mismo tiempo, el discípulo en el centro y el que está al margen. Y Tú, Señor, haces que a nadie le falte apoyo. De esto me vuelvo testimonio (Lc 24,35).

P. Michele Roselli, Vicario Episcopal para la Formación de la Diócesis de Turín