Los discípulos de Emaús, óleo sobre lienzo, 141 por 175 cm

Michelangelo Merisi da Caravaggio conocido como Caravaggio

1606, Milán, Pinacoteca de Brera

Cuando Caravaggio pintó la obra Los discípulos de Emaús se encontraba huyendo de Roma a Nápoles, donde lo acogieron los príncipes Colonna en una de sus fincas. Habían pasado unos dos meses desde la reyerta en la que resultó herido y en la que mató a un hombre. Ahora es un delincuente convicto en fuga y debe dejar atrás la fama, la notoriedad y los encargos prestigiosos. También lleva consigo una profunda inquietud, hasta el punto de verse envuelto repetidamente en peleas, altercados nocturnos y pleitos.

Caravaggio vuelve a un tema que ya había tratado cuatro años antes (Cena de Emaús, Londres, National Gallery), pero ahora el tono se ha vuelto más intimista, la composición esencial, los tonos terrosos, casi monocromos, en un abanico de tonos que van del marfil al ocre. En un espacio desnudo, envuelto en la oscuridad, surgen cinco figuras, tres de las cuales están sentadas en torno a una pequeña mesa cubierta con un mantel claro sobre el que están colocados dos panes, dos platos y una jarra. Una luz exterior ilumina y casi golpea los objetos y los rostros de los personajes, provocando efectos de sombra.

Caravaggio elige representar el momento en el que Cristo, bendiciendo y partiendo el pan, es reconocido por los dos discípulos. Es interesante observar que el discípulo de la izquierda, detrás del que nos situamos idealmente, no es reconocible, mientras que su asombro, maravilla y alegría se transmiten por su mano abierta y tendida hacia Jesús. El otro discípulo, de perfil, apoya las manos sobre la mesa y tiende la mano hacia el Señor, como queriendo interrogarle. Las arrugas y el rostro quemado por el sol nos hablan no sólo de su lucha por vivir, sino también del asombro ante un encuentro capaz de trastocar las perspectivas y dar un nuevo impulso a la existencia.

Los dos personajes que están al lado de Jesús no aparecen en el relato evangélico, pero más allá de su papel de posadero y criado, que dan realismo a la escena, representan el modo en que uno puede o no entrar en contacto con la salvación. En efecto, el hombre observa perplejo los gestos del forastero en el acto de la bendición, no comprende su significado y se pregunta por su sentido, pero no aparta la mirada, intenta estar presente, aunque inconsciente. La mujer a su derecha, probablemente una sierva que sirve un plato de carne, está en cambio encerrada en sí misma y su mirada inexpresiva se pierde en el vacío. Su rostro hundido, arrugado y demacrado muestra los signos de una humanidad dolida, herida, que vive “al margen” y aún no sabe que ha sido alcanzada y salvada por la buena nueva.

Y nosotros, ¿con cuál personaje nos sentimos identificados?

Maria Teresa Lisa Gastaldi, Equipo Chieri 10

Cena in Emmaus, olio su tela, Caravaggio

Los discípulos de Emaús, Caravaggio