Don Bosco, el santo de los santos sociales

Giovanni Melchiorre Bosco (1815-1889), universalmente conocido como “Don Bosco”, es una especie de abanderado de los santos sociales que trabajaron en Turín. Su nombre, de hecho, es conocido en todo el mundo, así como la Congregación Salesiana que fundó además de otras innumerables iniciativas pastorales y sociales repartidas por todas partes.

Don Bosco tenía una obsesión: los muchachos. A ellos dedicó su vida, sin dudar en convertirse en “malabarista de Dios” para atraerlos hacia sí y, a través de él, hacia el Señor. El oratorio salesiano se convirtió así en el lugar predilecto de encuentro con los jóvenes para acercarlos al Evangelio, el patio acogedor donde transmitir, “con mansedumbre y caridad”, las enseñanzas de Cristo. Los intentos de los beatos Giulia y Tancredi di Barolo por involucrar al emprendedor Juan en sus obras de caridad fueron inútiles. El “santo de los jóvenes” siguió adelante, siguiendo el sueño que ya a los nueve años inspiraba su misión y su método educativo, que le llevó a abrir escuelas, talleres y laboratorios para rescatar a los jóvenes de la insignificancia social. Canonizado por el Papa Pío XI (1934), Don Bosco es el patrón de educadores, alumnos, estudiantes, editores y, a partir de 2022, de… ¡inspectores de trabajo! Tal cual. Don Bosco, de hecho, no se limitó a exigirle a los empresarios, a quienes confiaba a sus muchachos, reglas precisas sobre la seguridad y la salud en el lugar de trabajo, sino que firmó los primeros contratos de aprendizaje, inaugurando en Italia lo que hoy llamaríamos protección “sindical”, con la hostilidad y los malentendidos que este tipo de iniciativa conlleva. Por si fuera poco, convenció a las autoridades de que concedieran permisos de salida a los menores encarcelados para que pudieran aprender oficios y no volvieran a caer en la espiral de la ilegalidad. La iniciativa tuvo tanto éxito que incluso desde el extranjero vinieron a estudiar el “método salesiano” de reinserción social.

Llama la atención en Don Bosco, pero es una característica común a los otros santos, “colegas” suyos de Turín, es su capacidad de visión, es decir, su capacidad para inaugurar caminos de ayuda a los desposeídos, sin limitarse a curar sus heridas materiales y espirituales, sino promoviendo su dignidad y su redención social. Y todo ello con una determinación y fortaleza inquebrantables. Como para el Cottolengo, para Don Bosco la Providencia lo es todo, es el motor que mueve indica el camino. ¿Qué más podía ser, si no la Providencia, lo que suscitó tal vitalidad en un hombre que en pocas décadas fue capaz de inaugurar una realidad que en toda Italia, y en 132 países del extranjero, consiguió crear oratorios, santuarios, sociedades religiosas, escuelas, colegios, centros de formación profesional, universidades, editoriales, etc.?

El método educativo de Don Bosco, que él mismo denominó “sistema preventivo” en contraposición al “sistema represivo”, tenía y sigue teniendo como objetivo proporcionar un ambiente en el que los jóvenes se sientan estimulados a dar lo mejor de sí mismos, partiendo del reconocimiento de las propias capacidades y limitaciones. Este método se basa, dice Don Bosco, “todo en la razón, en la religión y en la bondad amorosa”, y su fin último es regenerar la sociedad a través de la experiencia cristiana.